“Cuando hayas terminado de aceptar

que tus muertos se murieron,

dejarás de llorarlos

y los recuperarás en el recuerdo

para que te sigan acompañando

con la alegría de todo lo vivido…”

René Trossero (“No te mueras con tus muertos”)

La muerte de un ser querido es una de las situaciones más doloras que todo ser humano experimenta en algún momento de su vida. Cuando un ser querido muere pareciera que una parte de nosotros también muere con él. Desde que recibimos la noticia sea inesperada o no, inevitablemente inicia un proceso al que llamamos “duelo”.

El término duelo proviene del latin dolus (dolor) y es la respuesta emotiva natural a la pérdida de alguien o de algo. Es el proceso doloroso, el proceso normal de elaboración de una pérdida, tendiente a la adaptación y armonización de nuestra situación interna y externa frente a una nueva realidad.

El duelo implica, como su nombre lo dice, un proceso de adaptación que debemos afrontar. Cada cultura marca las distintas formas de aceptarlo. Algunas consideran la muerte como una etapa más de la vida, más no como su fin. Sin embargo, cada persona sentirá, vivirá y afrontará este acontecimiento de manera diferente incluso siendo de la misma cultura, sociedad o familia. Esto dependerá de diversos factores tales como; la personalidad, de cómo haya sucedido la muerte, de quien fue la persona que murió y qué tipo de relación tenían, etc. Elaborar el duelo significa, ponerse en contacto con el vacio que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y traspasar el dolor y la frustración que comporta su ausencia.

¿Cuáles son los procesos?

Existen algunos autores que mencionan diferentes etapas en el proceso. Elizabeth Kübler-Roos ha establecido cinco etapas que deben vivirse en cualquier proceso de duelo.

Cuando nos enteramos de la muerte de un ser querido, lo primero que sucede es que decimos “no puede ser”, esto es señal de que el proceso ha empezado. Nos encontramos en la primera etapa llamada Negación. Pensamos que debe ser un error, decimos que no, pensamos que es demasiado pronto, aunque la pérdida haya sido anunciada, la noticia nos produce un shock, deseamos que esto no esté sucediendo. Después viene la culpa, ira, enojo y frustración. Nos culpamos por no haber sabido cuidar bien al ser querido y en algunos casos nos enojamos por no habernos dado tiempo a demostrarle que lo queríamos. También puede haber enojo contra los médicos por creer que no supieron salvarle la vida o aún más contra la propia persona fallecida por abandonarnos e incluso contra Dios por permitirnos sentir tanto sufrimiento.

Llegamos al compromiso o la negociación. Durante esta etapa el doliente intenta averiguar lo que puede hacer para posponer o anular la muerte. Luego viene la etapa llamada depresión, aparece cuando el doliente se da cuenta de que ni la negación, el enojo o la negociación harán que la pérdida sea menos real. Y, finalmente, después de ir y venir por las etapas anteriores aceptamos lo que ha ocurrido. Aceptamos que la persona que se ha ido nos ha dejado cosas valiosas como su cariño, recuerdos, experiencias etc. y que somos parte de ella a través de todo lo que hemos sentido, vivido y amado con ella cuando estaba viva.

Diferentes formas de duelo.

Todos somos diferentes y hay personas a las que les cuesta más tiempo que a otras procesar su duelo, pero es muy importante recorrer estas cuatro etapas y vivirlas para poder elaborar el duelo porque si no se vive el proceso de elaboración puede dificultarse y caer en lo que conocemos como duelo “patológico” o “complicado”.

El duelo complicado o patológico es una interrupción voluntaria o no del proceso de duelo “normal”. La mayoría de estos duelos suceden como consecuencia de alguna de estas distorsiones: el duelo nunca empieza, se detiene en alguna de las etapas, progresa hasta un punto y rebota hacia alguna etapa anterior o se atrasa intentando evitar una etapa.

Referencias

Bucay, J. (2008). El camino de las lagrimas. México: Océano.

Kübler-Ross, E. (1972). Sobre la muerte y los moribundos. Barcelona: Grigalbo.

Trossero, R. J. No te mueras con tus muertos.

Por: Psic. Selene Beltrán

Clínica de Asistencia de la Sociedad Psicoanalítica de México (SPM).

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