Sigmund Freud era el más terrible analista teórico del sexo. Había hecho estudios que le dieron el nombre de “el padre del Psicoanálisis”. Neurótico, arrevesado, siempre en busca de las explicaciones de cada uno de los actos del ser humano, maniático del control, adicto al trabajo, Freud fue un genio. Un genio enamorado que no dudó en sacrificar a su mujer con tal de tenerlo todo, de saberlo todo.
Sigmund Freud nació el 6 de mayo de 1856 en Pribor, en el imperio austríaco. Fue el mayor de seis hermanos y tenía dos hermanastros. Con 17 años, y a pesar de las carencias económicas, ingresó a la Universidad de Viena para estudiar medicina, fue un estudiante brillante, pero poco convencional. En 1881 se graduó como médico y comenzó a investigar el uso terapéutico de la cocaína como estimulante y analgésico; más tarde comenzó a indagar sobre los desórdenes nerviosos, como la histeria y la neurosis, por medio de la hipnosis, luego abordó la interpretación de los sueños e inauguró el psicoanálisis, con un enfoque especial en la sexualidad.
Trajo al estudio de la conducta humana los conceptos de represión, deseos y la que seguramente será su más grande aportación: el concepto de inconsciente (tomada de Schopenhauer y Nietzsche). Son parte esencial de su filosofía, el yo, el superyo y el ello así como las fases de la vida humana, la oral, anal, fálica, periodo de latencia y la fase genital, todos descubrimientos que cambiaron para siempre la interpretación del hombre en la historia.
Lejos de ese culto a la conducta humana, Freud conoció a Martha Bernays cuando tenía 25 años, ella, cinco años más joven que él, acudió como invitada de una de sus hermanas a casa de la familia, Sigmund quedó impactado desde el primer momento y dijo que desde ese día creyó en los milagros.
Foto: AP Photo/Sigmund Freud Museum
Martha y Sigmund comenzaron a verse y ella se volvió fundamental para vivir, pero desde siempre, Bernays ocupó un lugar secundario en su propia existencia para dejar al científico desarrollarse. Compartieron la vida por 50 años, desde que se casaron cuando el investigador tenía 29 y ella 24.
Desde que se conocieron, Sigmund enviaba cartas de amor a Martha, ramos de rosas, poemas, le decía lo inseguro y tímido que se sentía a su lado. Martha era muy hermosa, de buena familia y tenía pretendientes al por mayor, el estudiante de medicina apenas tenía experiencia con las mujeres, pero estaba dispuesto a todo por conseguir a la chica delgada y de piel blanca.
Como en un cuento de hadas, Martha y Sigi, como le llamaba ella, comenzaron a intercambiar cartas; Martha le dio un anillo como signo de compromiso, él, demasiado pobre como para darle uno, le hizo una copia barata de este y así sellaron su amor. Freud estaba volado, ella lo había elegido, a pesar de ser mayor, de su pobreza y de su ateísmo.
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Cuando la madre de Martha se dio cuenta de que su hija se casaría con un pobre judío, se la llevó de Viena y ahí comenzaron algunas de las cartas más apasionadas de la pareja. Bueno, las palabras de Sigi no siempre eran de amor, se revelaba celoso, enamorado, pero obsesivo. Las letras revelan también la manera en que su amada estaban inmiscuida en el trabajo del investigador, incluso la usaba como su conejillo de indias para sus estudios sobre la conducta humana.
Tras años de separación, Freud y Martha lo dejaron todo para unirse en una ceremonia sencilla. Tuvieron seis hijos y ella, paciente, esperó en la sombra a que su marido fuera quien destacara en la investigación. En alguna ocasión ella reveló que no entendía al cien por ciento a su marido, así se lo dijo a su psicoanalista: "Debo confesar que, si no supiera con cuánta seriedad trabaja mi marido, creería que el psicoanálisis es una especie de pornografía".
Martha se mantuvo con Sigi hasta que el cáncer se lo arrebató el 23 de septiembre de 1939. Al día siguiente, la viuda prendió decenas de velas, el único gesto religioso en años. Ella falleció el 2 de noviembre de 1951 a los 90 años. Ambos fueron incinerados y sus cenizas permanecen juntas desde entonces.
Foto: AP Photo/Sigmund Freud Museum
Estas son algunas de las letras que se escribían los amantes cuando se conocieron y durante los duros años de su separación.
Las cartas de amor que Sigmund Freud le escribió a Martha Bernays
Carta 1:
Mi amada niña:
Hoy hace ya un mes que mis ojos te espiaban mientras estabas sentada en la terraza de la casa de Philipp, cuando aún no nos conocíamos, y llevamos dos meses siendo novios. Desde entonces han ocurrido muy pocas cosas que puedan contribuir a la unión que anhelamos en realidad. Sin embargo, tampoco hemos desperdiciado el tiempo. Éramos extraños y teníamos que conocernos y vivir algunas cosas juntos, lo cual hemos conseguido, y si los dos podemos conservar nuestra buena salud y no se ocupa algún demonio de destruir nuestros sentimientos, los siguientes aniversarios mensuales nos encontrarán más avanzados en nuestro destino. Para ti, pobre amada mía, la esperanza de ir hacia un futuro mejor tendrá que compensarte por los muchos sacrificios que haces por el momento. Para mí, el valor que tuve para cortejarte se ha visto ya satisfecho con mi buena suerte. Si me permites una petición, te ruego que no seas taciturna ni reticente conmigo, sino que compartas conmigo cualquier infortunio que podamos superar y soportar juntos como amigos y buenos compañeros. Siempre he actuado así, a veces como consecuencia de tu naturaleza delicada, y tú me has dicho que estabas de acuerdo con mi forma de ser […]. Solo la influencia de mi mal humor habitual me lleva a referirme a estas cosas, ya que actualmente no existe discrepancia entre nosotros ni yo albergo el temor de que pueda aparecer, desechando la posibilidad de que en el futuro cualquier acontecimiento lograra separarnos.
Solo me duele mi incapacidad para poder demostrarte mi amor, pero mientras mantengas la fe en mí y me ames –y sé que en ambas cosas eres honesta–, no hay duda de que nos llevaremos bien y seremos capaces de gozar tiempos mejores. No te molestes por mi actitud tan seria Marty, pues ya sabes que, en cambio, suelo ser alegre cuando estás conmigo.
Cariñosos saludos y en espera impaciente de ese monstruoso mes, que tan pronto se desvanecerá en el pasado.
Tuyo,
Sigmund
Carta 2:
Novia mía:
Escribes unas cartas tan inefablemente dulces, tan conmovedoramente tiernas, que sólo podría contestarlas como se merecen, con un beso prolongado y abrazándote amorosamente. (...) Martha, no apetezco sino lo que tú ambicionas para ambos porque me doy cuenta de la insignificancia de otros deseos comparados con el hecho de que seas mía. Estoy adormilado y muy triste al pensar que tengo que conformarme con escribirte en vez de besar tus dulces labios.
Carta 3:
Allí había yo sido muy tímido y, por tanto, había besado a mi Marty pocas veces, pues no comprendía aún del todo lo que se ha convertido ahora en la primera y más natural condición de mi vida: que he ganado para mi, de pronto, a una muchacha única e incomparable.
Por mucho que te quieran, no renunciaré a ti por nadie, ni nadie te merece. No hay amor hacia ti que pueda compararse con el mío.
…estamos tan íntimamente unidos, me siento tan inefablemente feliz por el hecho de tenerte, y estoy tan seguro de tu interés hacia todo lo mío, que las cosas sólo son importantes para mi cuando tú las compartes.
Perdóname, amor mío, si a menudo no te escribo en el tono y con las palabras que tú te mereces, especialmente en respuesta a tus cariñosas cartas; pero pienso en ti con tan sosegada felicidad, que me es más fácil hablarte de cosas ajenas a nosotros que respecto a nosotros mismos. (...) Estoy dispuesto a dejarme dominar completamente por mi princesa. Uno deja siempre con gusto que le subyugue la persona que ama; si hubiéramos llegado a eso, Marty…
Cuando recibo carta tuya, todo el ensueño se disipa y la vida real se introduce en mis células. Los problemas extraños quedan borrados en mi cerebro; se desvanecen las misteriosas concreciones pictóricas de las diversas enfermedades y desaparecen las teorías vacías. Hasta ahora habías compartido mi tristeza. Comparte hoy conmigo mi alegría, amada mía, y no creas que existe otra cosa sino tú en la médula de mis pensamientos.
Carta 4:
Dejé de escribirte ayer para dar los últimos toques al informe estadístico del departamento, del mes de junio, y hoy puedo contestar tan dulce carta, que me hace recordar nuestros días tranquilos. Podrías repetir las palabras que Heine puso en boca del zagal: "Es una tarea tan pesada reinar...", etc., si no fuera porque mi reina es todavía sólo una princesa. Ya debes saber que me muestro partidario de que vengas. Cuando estés en libertad viviremos muy felices, aun trabajando, con limitaciones y renunciando a muchas cosas; pero seremos felices, a pesar de todo. No soy capaz de imaginar lo que sería no estar juntos durante dos días.
Recibí hoy el espécimen, y pronto tendré un dibujo de él. La publicación del trabajo tardará de tres a cuatro meses, porque antes hay que completar el examen microscópico. Estoy seguro de que cuando vuelva de mi viaje tendré aún más capacidad de trabajo, y que cuando vengas a verme cerraremos la puerta, te sentarás junto a mí, muy cerquita, y apoyarás tu cabeza en mi hombro, mientras yo sigo trabajando hasta que me sienta cansado y desee besarte.
Una paciente que acaba de marcharse y a la que he estado aplicando con mucho éxito el tratamiento eléctrico, para curarle un zumbido del oído, me ha prometido traerme las mejores frutas que encuentre para "mi joven mujer", para la dama que será algún día mía... Por respeto no se atrevió a llamarte novia.
Carta 5:
"Mi muy amada Martha.
Hoy, de camino a la consulta, he visto un total de 35.248 formas fálicas. Ha resultado que una de ellas era el señor Lakoff a contraluz, hecho que me ha llenado de gozo porque le hacía fallecido.
Me he detenido a saludarle y, tras unas palabras de cortesía, el señor Lakoff me ha dejado caer que sufre envidia de pene.
Cuando le he hecho notar que él (hasta donde las evidencias señalan) posee pene, ha roto a llorar y me ha confesado tener envidia de un pene distinto del suyo.
Esta breve pero intensa conversación matutina me ha hecho reflexionar sobre la futilidad de la vida.
Te añoro, Martha. Llegaré a casa sobre las ocho. Si haces merluza para cenar, procura que no tenga forma de vagina o me acordaré de mi madre y romperé a llorar como la última vez.
Siempre tuyo,
Sigmund Freud."
Con información de El Mundo y ABC
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