Juana de Arco fue una heroína francesa que nació en un pueblito de la región de Lorena, Domremý, el 6 de enero de 1412. En ese lugar que la vio crecer, aún subsiste su casa. Se trata de un inmueble sencillo, con un techo inclinado y una enorme chimenea.
A pesar de la guerra, Juana tuvo una infancia feliz al lado de sus padres Jacques Darc e Isabelle Romée, y sus cuatro hermanos. Cuando tenía 14 años, tuvo sus primeras visiones, pero decidió no contárselo a sus padres.
La interesante proeza de esta joven, hija de un par de campesinos, comenzaría con la aparición del arcángel Miguel, que protegía al reino de Francia. Además escuchaba la voces de Santa Catalina de Alejandría y de Santa Margarita, quienes la guiaron en su corta vida.
Al principio, los mensajes eran confusos, pero después escuchó todo con claridad: debía unirse al Ejército del rey de Francia y recuperar los territorios ocupados por los ingleses como consecuencia de la guerra de los Cien Años (1337-1453).
La joven se dirigió a la población de Vaucouleurs, en la que se encontraba Roberto de Baudricourt, comandante de las fuerzas reales. Este hombre simplemente se burló de ella en varias ocasiones, pero luego de que Juana hiciera una predicción acertada sobre una derrota, el comandante cambió de opinión y la llevó ala corte de Chinon.
En 1429, Juana de Arco pudo entrevistarse con el delfín, el futuro Carlos VII. Vestida con ropa masculina, tal y como se lo habían recomendado, lo convenció de que ella era la enviada que los ayudaría a reconquistar Francia.
Con una armadura blanca y con un estandarte, como la han inmortalizado en un sin fin de pinturas, se puso al frente de las tropas y obligó a los ingleses a levantar el sitio de Orleans, derrotó al general británico Talbot en Patay y, ese mismo año, Carlos VII fue coronado rey en Reims, el 17 de julio de 1429.
La joven doncella se convirtió en una guerrera a las órdenes de Dios y de Francia.
El abandono del rey
Luego de que Juana de Arco lograra vencer a los ingleses y darle a Carlos la corona de Francia, los intereses de ambos comenzaron a cambiar. El rey pretendía terminar con el conflicto a través de acuerdos de paz, a pesar de que podría perder derechos o territorios, pero la joven se oponía rotundamente. Ella decía que “las voces” le indicaban que debía seguir luchando para expulsar a los ejércitos enemigos.
Para no meterse en problemas, Carlos VII siguió enviando contingentes a Juana, pero eran escasos y las derrotas comenzaron a ser frecuentes. Tras sus fracasos, fue hecha prisionera y entregada a los ingleses, que la acusaron de herejía y la condenaron a morir en la hoguera. Juana había sido capturada en 1430, en Compiègne, ciudad que las tropas francesas intentaban mantener en su poder.
Carlos VII no pudo o no quiso hacer nada por rescatar a la mujer que le ayudó a subir al trono de Francia.
El juicio fue bastante largo. Se le acusaba de herejía y de vestir como un hombre, algo que estaba prohibido para una mujer en esa época. Ella nunca se retractó, al contrario, reafirmó sus creencias y revelaciones. Ante los jueces de la Inquisición que la sentenciaron, ella señaló que sólo se había limitado a cumplir la voluntad de Dios. Ésto, fue básicamente la firma a su sentencia de muerte.
Fue la mañana del 30 de mayo de 1431, hace exactamente 586, cuando la joven de 19 años de edad, fue atada a una estaca y quemada viva en la plaza del Mercado Viejo de Ruán, al noroeste de Francia. Sus cenizas fueron arrojadas al río Sena.
La familia de Juana de Arco pidió una revisión del caso, cuando ya habían pasado 23 años de la muerte de la joven; pero tuvieron que pasar más de cuatro siglos para que su valentía pudiera verse recompensada.
Considerada una mártir y convertida en símbolo de unidad francesa, el 16 de mayo de 1920, el Papa Benedicto XV la declaró Santa y el 30 de mayo, fecha de su muerte, se celebra su festividad.
Con información de Mujeres en la Historia, National Geographic y Terra