Isabel I de Castilla, conocida como Isabel la Católica, apoyó la expedición que permitió que Cristóbal Colón descubriera América y conquistara para España territorio Azteca. Es conocida por la fe católica que la llevó a instaurar el Tribunal de la Santa Inquisición en su reino y por consecuencia en Nueva España. Se sabe que era dura, la cabeza del reino de Castilla y Aragón, mucho más que la esposa de Fernando II.
A través de 30 años de reinado, Isabel hizo que su casa conquistara lugares insospechados, sanó las finanzas, dio seguridad económica a su pueblo y justicia con una de las primeras cortes en lo que hoy es España. De trato firme y pasional, tomada de la mano de Fernando II consiguió lo que quiso, pero murió enferma y en el ocaso, pues su descendencia no logró continuar con la dinastía de Castilla, que se marchitó el día de su muerte en noviembre de 1504.
Para que conozcas un poco más de ella, mira este recuento que tenemos en De10.mx para ti.
Cuando nació Isabel, el 22 de abril de 1451, el rey Juan II de Castilla ya tenía un hijo varón de 20 años, Enrique “El Impotente”, nacido de su primer matrimonio con María de Aragón, él sucedió en el trono al monarca en 1454. Isabel fue enviada junto a su madre, Isabel de Portugal, a Arévalos cuyo castillo siempre fue su lugar favorito. Recibió una educación esmerada y era una “buena” princesa. Estudió retórica, filosofía, historia, pintura y gramática de la mano de Lope de Barrientos, Juan de Padilla y Fray Martín de Córdoba.
En 1462, su hermano, el ahora rey de Castilla, llamó a Isabel junto a él tras el nacimiento de Juana, hija de Enrique. Con sólo 10 años, Isabel podía ser un peligro para el reino, pues había una inestabilidad política que obligó a Enrique IV a seguir una serie de reglas impuestas por los nobles, medidas que limitaban su poder, pues tuvo que firmar un pacto, que para no sufrir de un derrocamiento debía aceptar que Isabel fuera la legítima sucesora del trono.
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Aconsejada por el arzobispo Alfonso Carrillo, Isabel tomó como pretendiente matrimonial al candidato aragonés Fernando, hijo y heredero de Juan II. En 1469 el matrimonio fue consumado en la cámara nupcial del reino de Castilla. Se dice que su amor fue a primera vista, por lo menos de parte de ella, pues Fernando tenía intereses políticos en la casa de su amada. Así ambos reinos se unieron para hacer Castilla y Aragón.
En 1474, la pareja fue anunciada sobre la muerte de Enrique: al día siguiente, el 13 de diciembre, Isabel se convirtió en Isabel I, la reina de Castilla, pero Juana “La Beltraneja”, hija del monarca caído también se proclamaba reina, lo que desató una guerra que terminó cinco años después con los tratados de Alcácovas y Moura.
A pesar de que lo primero que los unió fue la expectativa política, desde los primeros meses de dio entre ambos una relación especial, él sufría cuando la sentía lejos, ella con sus ataques de celos ponía a la corte de cabeza. Peleaban porque Fernando se sentía Rey, pero para Isabel no era más que rey consorte, ella mandaba en el reino y nadie podía contradecirla. Cuando se hicieron adultos, los reyes acordaron complicidad para conquistar otros reinos, pero también los unía el terrible destino de sus hijos: Juan, murió en 1497, Isabel, la hija mayor murió junto a Miguel, su hijo, el heredero del reino. Fue Juana, la heredera al trono, Juana “La Loca” envuelta en los celos que le provocaba su marido Felipe “El hermoso”.
Basilio / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)
Isabel gobernó de manera estricta, alejó a los nobles del poder, mejoró la administración, saneó las finanzas y creó la Santa Hermandad. Fue el Papa Alejandro VI quien le otorgó a ella y a su marido el título de Reyes Católicos en 1496. La fe mal encaminada que la llevó a crear el Tribunal de la Santa Inquisición, primero en Castilla y luego en Aragón.
Tanto poder tenía Isabel que siguió con la tradición militar y expansiva de Castilla hacia la conquista del reino Nazari de Granada, último bastión islámico en la Península; a los musulmanes norteafricanos les arrebató Melilla, pero sin duda su mayor acierto fue apoyar la expedición de Cristóbal Colón que culminaría en el descubrimiento de América.
Pintura de Cristóbal Colón. (Foto: Archivo El Universal)
Durante los siglos XVI y XVII la figura de Isabel fue eclipsada por la memoria de Fernando, a quien se le tildaba de magnánimo, afable, negociador ante el rigor y la inflexibilidad de la que se tildaba a la reina. Pero gracias al escrito Elogio de la Reina Católica, de Diego Clemencín, la figura de la monarca comenzó a pesar en España. Se creó la orden de Isabel la Católica, alta condecoración que hasta hoy usa el gobierno de aquel país.
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Isabel I de Castilla se recluyó en Medina del Campo, enferma y preocupada por el futuro incierto del reino que había creado, hizo su testamento y esperó a que su Fernando condujera una buena sucesión. Murió el 26 de noviembre de 1504 y su destino final fue la Capilla Real de Granada donde reposa junto a su esposo, su nieto Miguel, su hija Juana y el esposo de ésta, Felipe “El Hermoso”.
Catalina, fue la última hija de Isabel, es junto a Juana, la sucesora de la casa, pero es más célebre por el matrimonio con el trágicamente famoso Enrique VIII de Inglaterra, quien causó la separación de Inglaterra de la iglesia católica.
Primero, Catalina fue pactada para casarse con Arturo de Inglaterra, pero al morir éste y sin que hubiera consumado el matrimonio, se casó con su cuñado, Enrique. Catalina y el príncipe se unieron en 1509 y mantuvieron un matrimonio relativamente tranquilo, pero la falta de descendencia causó un problema mayor. Enrique se relacionó con Ana Bolena, pero ante la negativa del catolicismo de anular el matrimonio con Catalina, creó una nueva religión que le permitió casarse con Bolena. Catalina nunca renunció a sus derechos como la única Reina de Inglaterra, pero murió y con ella la casa de Aragón, reclusa en un castillo inglés. María, hija de la pareja tomó las tiendas de la casa de Gales, pero nunca tuvo el poder que su abuela, Isabel.
Fuentes: Sobre Historia y Mujeres en la Historia
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