El muralista mexicano Diego Rivera fue muy amigo del pintor español Pablo Picasso, tanto que se escribían cartas y se regalaban cuadros. La personalidad de ambos era fuerte y tal como suele suceder entre colegas, terminaron discutiendo por una pintura.
A inicios del siglo XX, Rivera viajó a Europa para empaparse de la escuela artística en la que se había convertido París. En este lugar tuvo un importante acercamiento con el cubismo, pero también con una de las figuras a las que admiraba: Picasso.
Todo iba bien en su relación de amistad, pues entre ambos había surgido una química envidiable en el mundo del arte. El mercado europeo le abría las puertas al nuevo discípulo del pintor español, que de un día a otro comenzó a recibir visitas importantes en casa y era invitado a extravagantes fiestas en el medio artístico. Diego era ese aprendiz que, con todas sus fuerzas, admiraba y defendía a su maestro.
Diego Rivera y su Paisaje Zapatista. (Fotos: El Universal/MUNAL)
Sin embargo, una actitud sospechosa de Picasso puso en alerta a Rivera. El español entraba y salía libremente del estudio en el que trabajaba el mexicano; no pronunciaba palabra pero examinaba detenidamente los lienzos del muralista. Tiempo después las sospechas se confirmarían.
Diego Rivera estalló de rabia, y tal vez también de decepción, cuando visitó a Pablo Picasso en su estudio y vio las semejanzas entre un boceto de “Hombre apoyado en una mesa” (Picasso) y su “Paisaje zapatista”. Aunque más que un trabajo similar, era una vil copia.
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La composición en triángulo, la mesa, los árboles del fondo… parecía que el maestro le copiaba al pupilo. Al verse confrontado, el español se defendió diciendo que era una pieza antigua. Rivera no le creyó, se acercó a la pintura, la olió y se dio cuenta de que estaba fresca; además, pasó el dedo sobre el lienzo y Picasso quedó en evidencia. A partir de ese momento se rompió el lazo de amistad que los había unido.
A partir de entonces, Diego Rivera señalaba que Pablo Picasso era un genio indudable, pero que carecía de originalidad, además alertaba a sus amigos artistas para que escondieran sus obras cuando el español los visitaba, pues corrían el riesgo de que también les copiara alguna técnica.
Así fue como dos grandes artistas comenzaron y terminaron con una amistad al oleo.
Pablo Picaso y su Hombre apoyado en una mesa. (Fotos: AP/Wikimedia Commons)
Con información de El Universal, El País y México.mx
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