En 1535, el Papa Pablo III encargó al artista Miguel Ángel que pintara el fresco más grande jamás creado. El Pontífice le indicó el tema que debía tratar: El Juicio Final, inspirado en el Apocalipsis de San Juan. El tema estaba relacionado con lo que había sucedido en la Iglesia en los años precedentes: la Reforma Protestante y el saqueo de Roma.
Para lograr la tarea Miguel Ángel tuvo que pintar encima de otros frescos pintados por Perugino y eso fue objeto de numerosas críticas. El resultado final se convertiríoa en una de las pinturas de la Capilla Sixtina más famosas de la historia.
Cuando se vio el resultado de la obra, el mural estuvo en el ojo del huracán por la polémica ya que Miguel Ángel representó en él numerosos desnudos, lo que constituía un escándalo tratándose de un lugar de culto.
El escándalo fue tan grande que Miguel Ángel fue acusado de herejía por la inmoralidad y obscenidad.
Foto: Wikicommons
Fue Gian Peitro Carafa, el Papa Pablo IV quien junto a Monseñor Sernini comenzó una campaña de censura en el arte conocida como la hoja de parra que consistió en cubrir con hojas de parra las estatuas del Vaticano y en colocar paños de pureza sobre los genitales de los personajes del Juicio Final; incluso, tras la muerte de Miguel Ángel se propuso repintar el fresco, pero los religiosos ya lo habían aceptado, por lo cual permaneció así.
Otras de las criticas mayores provinieron del maestro de ceremonias Biaggio de Cesana, quien tuvo su castigo porque el artista representó a Minos, el rey del Infierno, desnudo, con orejas de burro, una serpiente enroscada a su cuerpo y con los rasgos faciales del influyente maestro de ceremonias.
Foto: Wikicommons
Cuando Biaggio de Cesana se quejó al Papa y le pidió que ordenase a Miguel Ángel que lo retirara, el Pontífice contestó que si le hubiera pintado en el Purgatorio podría sacarlo, pero como estaba en el Infierno, allí aunque era el Papa no tenía ningún poder.
El Juicio Final ha tenido dos restauraciones para evitar su descomposición, uno en 1710 y otro en 1980 que terminó hasta 1999.
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Por la grandiosidad de la obra y la cantidad de hechos y personajes incluidos, es prácticamente imposible apreciar a simple vista los innumerables y fantásticos particulares contenidos en ella. Por este motivo se hace necesario dividir toda la pintura en distintas partes:
En el centro están las imágenes de Cristo y de María. El Redentor, en su carácter de Juez, tiene el brazo derecho levantado para impartir la justicia divina; su rostro demuestra, con dureza, la inflexibilidad de su decisión. María, en cambio, parece muy afligida por el momento y prácticamente resignada a las consecuencias del Juicio, tomando una posición recogida bajo el brazo de Jesús.
Foto: Wikicommons/Jörg Bittner Unna
Alrededor de estas dos figuras centrales, Miguel Ángel pintó varios Santos Mártires de forma que, para poder distinguirlos entre la multitud de cuerpos, les agrego detalles inequívocos, como por ejemplo los elementos utilizados para su tortura y muerte, como las llaves del Paraíso, que San Pedro tiene en las manos. Se pueden identificar además:
Alrededor del grupo central, que incluye Dios, María y los Santos, Miguel Ángel pintó una gran multitud de cuerpos, representando a toda la gente común.
Mas abajo y en el centro del fresco, se encuentra un grupo de ángeles que, de acuerdo al Apocalipsis, tocan las trompetas anunciando el acontecimiento. En el mismo grupo, figuran también dos ángeles que sostienen el Libro de la Vida y de la Muerte, donde están escritos los nombres de los destinados al Paraíso y de los condenados al infierno.
Abajo y a la derecha del fresco se encuentran, y siguen cayendo, todos los condenados por Dios en el Juicio, arrojados por los ángeles. Allí los esperan los demonios, para cargar sus cuerpos en la barca que va a zarpar por el Río Stige hasta el infierno, manejada por el mítico Caronte, el cual colabora con los demonios golpeando salvajemente a los condenados con su vara.
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