Por: Psic. Alejandro Silva
Actualmente, las mujeres participan cada vez más en actividades profesionales, las cuales antes estaban asociadas como labores exclusivas de los hombres. Esto ha representado un gran reto para la mujer, sobre lo cual se han dicho y escrito muchas cosas, sin embargo, para los hombres, este cambio también ha afectado la forma de vivir en familia y en pareja, incluyendo los roles y actividades que desempeñan. Ahora muchos varones han tenido que adaptarse a las actividades domésticas.
Tradicionalmente, nuestra sociedad espera que el hombre funja el papel de “proveedor de la familia”. No obstante, distintos factores han propiciado que este modelo familiar vaya evolucionando e incorporando nuevas formas de “funcionamiento familia”. Por ejemplo, hay parejas en las que ambos trabajan y se reparten algunas actividades relacionadas con el hogar; y existen cada vez más parejas, donde por diversos motivos, la mujer es quien sale a trabajar y el hombre es quien en mayor parte atiende el hogar.
Normalmente existe cierta resistencia al cambio, cuesta aceptarlo y cuando el hombre adopta roles que antes se asociaban exclusivamente a las mujeres, se presentan algunas otras condiciones que pueden influir en el éxito o el fracaso de dicho cambio. Por ello, es muy importante conocer la razón que determina el cambio de rol en cada caso, ya que resulta ser imprescindible para comprender las consecuencias que puede ocasionar.
Algunas causas comunes pueden ser la pérdida del empleo del varón, largos periodos de desempleo, mejores oportunidades de trabajo para la mujer (donde se requiere una mudanza o un horario complejo), el replanteamiento vocacional por parte del hombre, por lo que decide tomar un lapso de tiempo para cambiar su meta profesional, etc.
En cualquier caso, el primer reto que el hombre debe enfrentar es asimilar el cambio y todo lo que este conlleva; por ejemplo, quien pierde un trabajo puede llegar a sentirse triste, decepcionado, frustrado, enojado, etc., si además debe comenzar a cubrir actividades domésticas es posible que se sienta más frustrado y enojado todavía y asocie estas nuevas actividades con su “fracaso” laboral. Existe un doble reto, pues hay que adaptarse tanto al desempleo, como a las funciones que requiere el hogar.
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En los casos en los que el cambio de roles se deba a una crisis laboral o personal del hombre, el primero y más importante reto que éste debe enfrentar es recuperar su estabilidad emocional. Si logra superar este primer desafío, podrá retomar el control de su vida y, en consecuencia, decidir junto con su pareja y familia cuál es la mejor opción para seguir con su vida junto a su familia.
Aún hoy en día es complicado que el cambio de roles en la pareja se dé por elección personal, más bien sucede como consecuencia de una crisis “para salir del paso”. No obstante, cada vez hay más parejas que sí deciden, cuando menos, compartir las responsabilidades tanto económicas como domésticas; se trata de “parejas vanguardistas” que irán abriendo camino a las generaciones futuras pero que, hoy en día, enfrentan toda clase de prejuicios que parecieran querer frenar este cambio cultural.
Estos prejuicios se basan en la idea de lo que el hombre debería de ser y, por lo tanto, las obligaciones que tendría que cumplir. Si bien los prejuicios están construidos a partir de las ideas más difundidas y aceptadas en nuestra sociedad que brindan las pautas a seguir que han funcionado a lo largo de muchas generaciones, cuando estos comienzan a limitar el desarrollo personal, intelectual o profesional dejan de ser útiles y válidos, pues queda claro que no es lo que se espera
Por lo tanto existen al menos 3 presiones que el hombre que adopta actividades domésticas debe sortear:
La relación que el hombre establece con su familia se modifica cuando su rol implica la realización de más actividades de otro tipo; ya que adopta nuevas funciones en relación con sus hijos y su pareja. Por ejemplo, en el caso de un hombre que se hace cargo por completo del cuidado de los hijos, deberá aprender a manejar situaciones muy distintos a los que estaba acostumbrado como apoyar en las de sus hijos, darles de comer, actuar como “árbitro” en las peleas de los hijos, etc., y, por supuesto, esto hace mucho más compleja la relación con ellos. Si tras cierto periodo de adaptación el hombre logra cubrir estos nuevos roles es muy posible que consiga establecer una relación mucho más fuerte y estrecha que antes con sus hijos.
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Asimismo, con su pareja, deberá compartir y delegar algunas obligaciones e, incluso, privilegios; en este punto en particular es indispensable tener una excelente comunicación, pues cada uno tiene que saber qué es lo que el otro espera de él, y poder transmitir además lo que cada uno quiere para sí. Cuando la comunicación tiene éxito genera una sensación de complicidad aún mayor en la pareja que puede estrechar el lazo entre ambos cónyuges.
Sin embargo, el modo en que cada familia decida llevar su vida, ya sea siguiendo los roles tradicionalmente establecidos para cada uno, o intercambiando (o compartiendo) estas funciones, no determina en modo alguno el que exista una buena relación entre los miembros. Existen familias tradicionales muy funcionales al igual que familias conflictivas, y cada una de ellas tiene una manera diferente de atender las necesidades del hogar.
Lo principal en la familia es la relación entre las personas que la conforman, más allá de las funciones que desempeñen dentro ésta. Cuando alguno de los cónyuges comienza a sentirse limitado o se siente presionado por todas las actividades que tiene que realizar, , resulta útil hablar sobre un posible cambio de roles.
Al pensar en la posibilidad de realizar cambios en la forma de llevar nuestra vida de pareja, es innegable que resulta difícil hacer a un lado nuestros propios temores y hablar con nuestra pareja sobre nuestros deseos. En ocasiones es un sentimiento de culpa lo que nos impide pedir un cambio, pues “se supone” que las mujeres deberían estar satisfechas siendo amas de casa y los hombres ser felices trabajando todo el día.
Por lo tanto, lo primero que debemos tener claro antes de iniciar una conversación al respecto con nuestra pareja es lo que nosotros mismos queremos; es decir hacia dónde queremos que nos lleven estos cambios que pretendemos proponer. ¿Queremos continuar o reiniciar nuestra vida profesional? ¿Por qué queremos eso en particular? Al respondernos éstas y muchas preguntas más que cada quien debe hacerse, identificaremos qué es lo que queremos, qué es lo que nos tiene insatisfechos ahora y cómo podemos resolverlo.
Lo siguiente es pensar en las necesidades de nuestra pareja y familia, ¿cómo les afectarían los cambios que yo quiero hacer?, ¿qué ventajas trae para ellos el que yo me sienta mejor?, etc., son preguntas que nos pueden guiar para “calibrar” lo que queremos hacer; es decir, pensar en cómo adaptar nuestros deseos a la vida de nuestra familia.
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El paso más importante, y posiblemente el más difícil pero necesario, es entablar un diálogo con nuestra pareja. Escuchar sus necesidades, sus expectativas, sus miedos y su sentir actual, representa el inicio de un cambio. Muy posiblemente haya que negociar como pareja y discutir como familia los pasos que habrán de tomarse para que la relación entre todos mejore y el desarrollo personal de cada cónyuge pueda garantizarse.
No obstante, hay que ser conscientes de que el cambio no puede ser súbito y radical; se trata de un proceso que lleva tiempo y esfuerzo, implica enfrentarse a muchas dificultades y, en ocasiones, se necesita de ayuda para llevarlo a cabo. Para ello, se puede recurrir a algún otro matrimonio con quien ambos tengan confianza y que haya superado una situación similar o consultar a un especialista en psicoterapia de parejas y familia.
Finalmente, los roles que cada cónyuge desempeña debe impactar positivamente en su desarrollo personal. En la medida en que cada uno esté satisfecho con sus actividades, aumentará la posibilidad de establecer una relación exitosa tanto con la pareja, como con el resto de la familia.
Por: Psic. Alejandro Silva
Miembro de la SOCIEDAD PSICOANALÍTICA DE MÉXICO (SPM)