La pérdida de sangre en la mujer siempre ha sido un fenómeno muy poco entendido para la sociedad. La sangre, el color, el dolor y el proceso hormonal siempre han sido una especie de mito que tiene que ocultarse. Durante la antigüedad, se le relacionaba con supersticiones y enfermedades. Para los cazadores, había un riesgo de contaminarse con la sangre y que esta pudiese atraer animales.
De acuerdo con Romantica, para los persas, la mujer que había tenido un hijo, al igual que una que estaba menstruando, se le aislaba por algunos días en un cuarto lleno de paja para no contaminar a las demás personas con su “mal”. En la India se le hacía un rito de purificación a la mujer donde debía frotarse lo dientes, hacer gárgaras y lavarse manos y pies para después sumergirse doce veces en el río y revolcarse en estiércol, meterse al agua de nuevo por 34 veces y repetir.
Para Hipócrates, la menstruación era un desecho que se tenía a causa de que la mujer tenía un organismo con alta temperatura y esta era la única forma en que su cuerpo podría enfriarse. Esta opinión era diferente según Galeno, para quien la sangre era una imperfección en la mujer.
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Después, las ideas de Plinio Viejo hicieron pensar que la sangre menstrual era un signo de magia, que podía curar verrugas, manchas de nacimiento, bocio, lepra o que se podía usar como ofrenda a un Dios, así lo señala BBC.
En los siglos XVIII y XIX se creía que la mujer sufría de depresiones e histeria durante su periodo, que era más débil y se le recomendaba reposo, que no viajara en auto, ni tren, ni carruaje.
El misterio del origen de la menstruación comenzó a desvelarse en 1908 por dos médicos de la Universidad de Viena, Fritz Hitschman (1870-1926) y Ludwig Adler (1876-1958), pero durante tantos siglos ¿qué usaban las mujeres para protegerse de las manchas del sangrado?
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La primera evidencia que ha llegado hasta nuestros días de qué era lo que usaban las féminas durante la menstruación viene del antiguo Egipto, donde se cree que usaban papiros ablandados y hierbas para crear una especie de tampones. Con los romanos se usaban pieles de animales para absorber la sangre.
Aparentemente muchas mujeres de ciertas partes de Europa entre 1700 y 1900 no utilizaron nada en especial: ni trapos, ni toallas sanitarias, ni esponjas, ni cualquier otra cosa durante la menstruación porque sangraban en su propia ropa. Y dado que la mayoría de los primeros colonos de América procedían de Europa, lo más probable es que estadounidenses y canadienses también lo hicieran así.
Más tarde, más o menos a partir de la Revolución Francesa, las mujeres comenzaron a usar ropa interior, pololos y pantaloncillos, que cubrían sus piernas por completo debajo de los vestidos vaporosos.
Dos escritores alemanes señalaron que prácticamente solo las mujeres que se dedicaban al teatro usaban esponjas, cojines o almohadillas que se hacían con tela, como protección menstrual. La mayoría de las mujeres sangraban en su propia camisa y a veces durante días sin cambiarse, así lo señala Solo Entre Amigas.
Un hombre de Chicago diseñó, aunque no llegó a fabricarse, una especie de copa menstrual unido al extremo de un alambre la cual a su vez estaba conectada a un cinturón alrededor de la cintura de la mujer, pero fue hasta 1800 cuando las mujeres ya usaban toallas de tela que se lavaban y volvían a colocar.
Lo primero que se tiene documentado sobre el uso de toallas con adhesivo es de 1960 cuando comenzaron a crearse, pero ahora ya hay copa menstrual, toallas de tela de nuevo y algunas opciones más ecológicas.
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