La cita era a las 14:00 en el santuario. Con banderas, bufandas, lienzos, humo y enfundados en las tintas sagradas. Niños, mujeres, adultos mayores, jóvenes en muletas, en sillas de ruedas, todos congregados y unidos por una sola pasión: el azulcrema americanista.
Era mucho más que despedir a sus ídolos, a los guerreros que intentarán llevar la gloria nuevamente a Coapa; era un acto de solidaridad y apoyo, de unificación entre la afición y la institución.
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Se abrieron las puertas y la locura se desató. Camionetas blindadas, hasta de la luz y el color, salían una tras otra con los ídolos de una fanaticada que coloreó la calle carrizal en la salida trasera de las instalaciones americanistas.
Al ritmo de las trompetas, los tambores y las miles de voces unidas en una sola voz, la ilusión desató la demencia, porque cuando una pelota provoca tal pasión, nadie puede asegurar que el balompié sea solamente futbol.
Entre el humo, brazos con movimiento inconsciente por el ritmo del aliento, y un mar de piernas; niños, mujeres y hombres se adentraban un trance pintado de azul y amarillo, representado por un logo que carga historia, tradición y grandeza, misma que solo la ‘14’ podría continuar alimentando.
Esa grandeza, identificada con el águila extendiendo las alas, devorando a cualquier rival, no solamente está compuesta por el Azteca, los recursos o las grandes victorias; también la sustenta la gente, esa que es capaz de dejar el trabajo, la oficina o la familia para respaldar a sus futbolistas, a los que semana a semana los ilusionan y los someten al mar de emociones que solo un fanático del balompié conoce.