Durante la construcción del Palacio de Bellas Artes  en la , había alguien que supervisaba con atención hasta el mínimo detalle. Se trataba de Aída, la querida perra del arquitecto Adamo Boari, quien decidió inmortalizar a su mascota en su obra más conocida.

Boari nació en 1863 en Ferrara, Italia, pero a lo largo de su vida residió en Uruguay, Argentina, Estados Unidos y Brasil, antes de trasladarse a México y convertirse en uno de los arquitectos preferidos de Porfirio Díaz.

El italiano colaboró con obras importantes como su propia casa y la edificación del Palacio de Correos, convirtiéndose en referente de arquitectura moderna. Tras estas tareas, el siguiente proyecto que llegó a su escritorio fue construir el reemplazo del Teatro Nacional, el hoy Palacio de Bellas Artes. Boari hizo las maletas de inmediato y viajó a varias ciudades para admirar los teatros más importantes del mundo y retomar ideas para su creación.

Aunque es cierto que estaba a cargo de un proyecto sumamente ambicioso, Boari no enfrentó el reto solo. Desde el primer día de construcción, el 1 de octubre de 1904, Aída estuvo al lado de su amo, para el asombro de todos los que fueron testigo de la obediencia del animal.

La acompañante del arquitecto, un ejemplar de raza Setter, se ganó de inmediato el corazón de los trabajadores de la obra. Por este motivo, todos se entristecieron cuando la murió antes de que se completara el Palacio.

Era tal la adoración del italiano por su mascota que encargó a su compatriota Beno Gianetti Fiorenzo que realizara una figura del animal para colocarla en la fachada de la edificación, junto a las otras máscaras y guirnaldas creadas por el escultor. Gianetti accedió y así fue como el rostro de Aída se insertó en la decoración del Palacio.

El esfuerzo de construcción continuó a toda marcha. El plazo para concluir las obras era de cuatro años, pero ante el hundimiento del terreno y al rebasar el presupuesto establecido, el proyecto se fue alargando. Eso sí, el lujo recubrió cada detalle del edificio: se empleó mármol blanco de Carrara para la fachada y se usaron murales de David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, José Clemente Orozco y otros, en la decoración de los interiores.

Incluso se le encomendó a la Casa Tiffany la creación de una cortina de cristal para el escenario, con la imagen de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl diseño del Dr. Atl.

Lamentablemente, la historia de Adamo Boari no tuvo un final feliz. El italiano se había enamorado, literalmente, de México al casarse y tener una hija en este país. Planeaba naturalizarse, pero el estallido de la Revolución lo obligó a abandonar el territorio mexicano.

Los trabajos en el Palacio se reanudaron en 1928, con el arquitecto mexicano Federico Mariscal como director de obras a cargo de finalizar el gigantesco proyecto. Mientras tanto, Boari regresó a Italia, donde falleció en 1928, seis años antes de que su mayor obra fuera inaugurada.

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