"Una joven apenas salida de la casa paterna que no conoce nada, que no tiene experiencia alguna, obligada a pasar súbitamente a los brazos de un hombre al que jamás ha visto, obligada a jurar a este hombre, al pie de los altares, una obediencia y una fidelidad injusta. Inmolándola, por la pérfida codicia paterna, a un esposo que o no tiene nada para hacerse amar o lo tiene todo para hacerse odiar. ¿Hay en el mundo suerte más horrible que esa?" 

La filosofía del tocador

La primera vez que Donatien Alphonse de Sade vio a la mujer que sería su esposa fue el día de la boda. Un matrimonio por conveniencia, pues el padre de Sade necesitaba dinero así que negoció el casamiento e hizo todo porque fuera el mismo Rey quien sancionara el acuerdo matrimonial.

Sade estaba en Provenza donde se estaba curando el corazón roto y tomaba un tiempo de reflexión personal. Llegó a París, sabiendo su suerte, pero no sabía que la boda se realizaría tan pronto. No podía negarse a ejecutar el compromiso, pero pensaba que la sola idea de casarse con esa mujer le inspiraba repugnancia, tanto como ella misma, así lo dijo en una carta que escribió a su tío, el abad de Sade y a una de sus amigas, a quien consideraba su segunda madre.

Renée Pélagie de Launay de Montreuil

Renée Pélagie de Launay de Montreuil vivía casi aislada de la sociedad, era parte de la nueva nobleza, esa que la vieja nobleza de Francia rechazaba por ordinaria, los nuevos ricos con una excelente posición social, era Marquesa, pero nunca había salido de la casa familiar así que rápidamente se enamoró de Sade, claro, él tenía su reputación, pero ella no la conocía, así que le pareció buen partido; pertenecía a una familia de buena crianza, era joven, tenía carrera militar y era atractivo.

Se casaron en sus veintes, cuando la sociedad francesa era el signo de la inocencia, una muestra de la pureza del siglo XVIII, pero Sade tenía una vida aparte, un libertino que carcomido por el monstruo de los placeres estaba dispuesto a arrasar con quien se le pusiera en frente y Renée se atrevió.

Los recién casados estaban llenos de lujo, pero la madre de ella no estaba de acuerdo, había convencido a su hija de que era una mujer sin atractivo, un adefesio que nadie miraría, pero no le gustaba que le diera tantos consentimientos y lujos a Sade.

Gracias a la madre de Renée fue que la policía buscó atrapar a Sade, lo acusó de forma secreta, y la justicia lo condenó a la cárcel, fue así como su esposa se enteró de la segunda vida que llevaba su amado. Sin importarle esto, la chica rompió la relación con su madre, ayudó a su esposo a escapar de la prisión y se hizo de la vista gorda ante su comportamiento, que incluía un romance con su pequeña hermana Anne Prospere, abadesa en un convento, y que se dejó arrastrar por la pasión hacia su cuñado.

Renée Pélagie, la repugnante esposa del Marqués de Sade
Renée Pélagie, la repugnante esposa del Marqués de Sade

Foto: El Universal

Sade pasó muchos de sus años entrando y saliendo de la cárcel, mientras Renée hacia todo por sacarlo, defendía sus derechos y aceptaba pasar años sin verlo, aunque nunca lo comprendió y Sade lo sabía.

Durante sus primeros años de matrimonio, Renée, regordeta y sin mucho atractivo, no sabía que su esposo había conseguido una mansión para tener encuentros con prostitutas, en los que obligaba a sus “víctimas” a realizar actos profanos con imágenes santas. Durante sus primeros años, Donatien se relacionó con una enfermera, una chica embarazada, una cantante de ópera, una actriz, una limosnera, con quienes desataba sus proezas sexuales que incluían azotarlas, hacerles cortes en la piel, derramar cera sobre sus heridas y luego abandonarlas.

Poco tiempo después, Renée comenzó a ver la realidad, pero eso ya no importaba; prestó su castillo para las amantes de Sade e incluso tenía pláticas con ellas cuando se las cruzaba en los pasillos. Él, por su parte, la humillaba y se mofaba de su mujer.

Renée esperó cada vez que él estaba en prisión, durante su largo confinamiento de 14 años, mantenía correspondencia con él, lo defendía, pedía por su libertad, rogaba en cartas que le concedieran salir, movía sus influencias con quien fuera, pero él solo le profesaba desprecio.

Antes de que Sade dejara la cárcel, acusó a Renée de estar maleducando a sus tres hijos, entre ellos una niña, lo que significó la ruptura para ella que decidió huir a París para librarse del matrimonio. Pidió el divorcio, que se le otorgó en junio de 1790 y con el que se condena a Sade a reponer la dote, obviamente quedó en la ruina.

Tras años de sumisión y maltrato, pero no del tipo que gustaba a Donatine, Reneé murió el 7 de julio de 1810 en Echauffour a los 69 años, inválida, sorda y ciega, cuando Sade se enteró no sintió nada, ya tenía a otra amante.

Sade murió unos años después en el centro para trastornados mentales Charenton, al lado de su nueva mujer Constance, quien habría sido lo más cercano al amor que pudiera entender él. Fue el 2 de diciembre de 1814 cuando el monstruo sucumbió ante la muerte, y contrario a sus deseos, fue enterrado bajo una ceremonia religiosa para entregar su alma a dios.

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